Ricardo Seldes
La idea es un poco desmitificar la mala prensa que tiene la neurosis obsesiva. Quiero hacer una suerte de desagravio a esos hombres y mujeres notables para el psicoanálisis que han aportado cierto oro: un oro que nos permite captar, de una manera directa, en qué sentido el inconsciente está hecho de pensamientos. Pensamiento que podemos decir están hechos a la manera de fórmulas casi escritas, aunque el sujeto las conoce poco o de manera desplazada. Me gusta hacer esto porque entiendo que hay una contribución del obsesivo al descubrimiento del inconsciente, porque todas las loas han ido siempre a la histeria y porque, para Lacan, la obsesión es una prueba fehaciente del inconsciente. Freud va a decir que la neurosis obsesiva es el objeto más interesante y remunerativo de la indagación analítica; lo va a decir en un texto precioso para captar la cuestión del síntoma obsesivo, que es Inhibición, síntoma y angustia[2]. Freud lo dice ya desde el inicio de su obra, los obsesivos no son tan accesibles al análisis como son las histerias. Y esto es porque los obsesivos tienen menos razones para consultar, ‘aparentemente’. Cuando le pasé el título a Marcelo, me dijo ‘es un título un poco enigmático’ porque uno por lo general, siempre piensa en los problemas del obsesivo. Pero vamos a tratar de pensar qué tipo de soluciones nos permite pensar la obsesión.
La obsesión es una solución a algo que los mismos sujetos no saben. No saben de qué es una solución. La suelen esconder en la vida social y acuden al analista cuando esa solución propia, inventada, ha fallado, y cuando el estado suele ser muy angustioso. Es raro que consulten sujetos, que podemos diagnosticar como obsesivos, con una leve angustia; en general, cuando consultan es cuando ya están pasados de rosca. Entonces, nos encontramos con sujetos que ya están en estado de urgencia. Se ven mucho más las urgencias en obsesiones que en histerias. Es cuando se ven obligados a salir de un diálogo, que no es un diálogo con el Otro, sino consigo mismos. Parece un oxímoron decirlo así, es más bien un monólogo. Por eso Freud dice que se hace a veces un poco complicada la entrada en análisis de los obsesivos. Les cuesta dirigirse al Otro, les cuesta hacer una demanda al Otro. Sin embargo, podemos pensar que, en la misma comparación que Freud hace con el síntoma histérico, Freud decía que el síntoma histérico suele manifestarse de los modos más expresivos, mientras que el síntoma obsesivo suele ser más discreto, por cuanto se concentra más en el dominio psíquico, en el pensamiento.
El gran descubrimiento en la enseñanza de Freud y Lacan es que podemos ir viendo cómo el síntoma obsesivo y el pensamiento se nos van a presentar como un modo de gozar. Supuestamente estos síntomas no presentarían el salto psíquico a lo corporal, típico del síntoma histérico, que sería el síntoma conversivo, y supuestamente queda en el dominio de lo psíquico como un asunto más bien privado del sujeto. Sin embargo, vamos a tratar de ver cómo el síntoma obsesivo también es un asunto que implica al cuerpo. Quizás no tanto el cuerpo como el cuerpo que se le escapa a la histeria, porque el cuerpo histérico es el que rechaza la imposición del amo. El amo en el sentido de la biología, el amo de la biología: se separa del saber biológico. Lacan, en el Seminario 17, El reverso del psicoanálisis[3], ha llamado un rechazo del cuerpo de la histeria. Un rechazo del cuerpo en el sentido de que es un rechazo del cuerpo orgánico, de la biología. Un órgano que funciona puede dejar de funcionar y producir trastornos psicógenos de la visión.
Suele ser más fácil pensar el síntoma conversivo como un acontecimiento de cuerpo, justamente como un suceso de cuerpo en ciertos lugares donde no se produce la identificación con el cuerpo. Algo queda excluido. Nosotros planteamos desde el psicoanálisis que hay acontecimientos discursivos, cuestiones que tienen que ver con la palabra, que dejan huellas en el cuerpo. Estas producen síntomas en el cuerpo. Lo decimos en la medida de que esos síntomas pueden ser leídos. Nos ubicamos en la dimensión del síntoma que puede ser descifrable. Siempre que pensamos en síntomas, desde el psicoanálisis, lo pensamos desde dos niveles: el síntoma descifrable y el síntoma no descifrable.
Por lo tanto, uno podría preguntarse ¿qué quiere decir hacer un análisis? De las tantas definiciones que podemos dar, podríamos, por ejemplo, referir a los acontecimientos de cuerpo en los que se trazan síntomas y en los que el cuerpo ha quedado comprometido. En términos metapsicológicos, se trata de poder seguir ese camino en donde la pulsión ha dejado una huella. En términos más modernos, se trata de poder captar de entrada, lo más temprano posible, la modalidad de goce de cada uno.
Quizás nos convenga hacer una pequeña comparación entre lo que es el síntoma histérico y el síntoma obsesivo. En el síntoma histérico hay cierto gusto por la huida, por la fuga, hay un componente fóbico siempre bastante cercano a la histeria. Pero se lo puede pensar también en otro sentido: a los sujetos histéricos les gusta lo que el Otro no dice. Captar, justamente, qué es lo que el Otro no ha dicho para poder encontrar lo que el Otro no sabe, aquello que se le escapa. Por eso son grandes analistas también, ¿no? Pero el problema es que a veces terminan identificándose con lo que al Otro se le escapa, y llegan al extremo de escaparse de sí mismos. ¿De qué manera? Produciendo un vacío, fugándose, quizás, a veces, por una excesiva presencia de un sentimiento, del afecto, de un afecto particular que tiene el sujeto histérico que es esa sensación de no estar nunca en su verdadero lugar.
Los sujetos histéricos siempre tienen la sensación de que están en el lugar equivocado. Es decir, quizás para remedar un poco el tango, es el gusto y el dolor de no estar en su lugar. No voy a decir el gusto de ya no ser, no nos conviene nunca interpretar en términos del ser. En general, los analistas tratamos de evitar las interpretaciones que incluyen al ser del otro porque, como ustedes seguramente lo han trabajado en ‘La dirección de la cura’[4], en general, uno cae, más bien, del lado de las desgracias del ser. Por lo tanto, esta es una indicación. En general, hay pocas indicaciones que uno tiene de lo que hay que hacer o no hacer, pero una de ellas es no interpretar en términos del ser, no coagular, no etiquetar.
Podemos ubicar al inicio casi, en las primeras entrevistas, cuando alguien se queja. Nosotros siempre pensamos de qué se satisface esta persona que se queja. Tratamos de no hacer ninguna revelación de inmediato, para no provocar estampidas (ya no huidas histéricas). Lo digo porque el sujeto histérico, a nivel de lo simbólico, trata de verificar bajo todas las formas posibles que es rechazado, que está fuera de lugar, es decir, que ocupa un lugar de excepción.
Pero esto no es solamente una atribución de la histeria. En la obsesión también hay un modo de ubicarse del lado del menos uno: el menos uno en el sentido de la exclusión, de la excepcionalidad. En la obsesión se ve de otra manera, bajo la forma de una cierta supresión voluntaria del sujeto. Hay una sustracción de los otros, de todos los otros y así arma un ‘todismo’, ‘todos menos yo’. El obsesivo es el que más bien se aísla, se auto encierra: construye una fortaleza, un fuerte, dice Lacan. Un fuerte que lo protege de la intrusión del Otro, del gran Otro, sea quien sea que lo encarne. Pero, al hacerlo, lo hace al precio de quedar él mismo apresado. Como ven, hablo del sujeto histérico y del sujeto obsesivo para no ubicarlo en las referencias de hombre y mujer, sabemos muy bien que hay sujetos histéricos hombres y sujetos obsesivos mujeres.
Voy a relatarles, un caso que presentó un colega venezolano, Ronald Portillo, en un seminario que dio Miller, y que Miller comentó en Caracas. Se trata de un joven de 26 años, completamente inhibido, un hombre que estuvo encerrado en su habitación y en un mutismo severo durante meses. Tanto es así que había una duda diagnóstica fuerte solamente por enterarse de esto.
Lo que se entera nuestro colega es que este joven pasaba horas encerrado en su cuarto, pero como era un cuarto en suite, pasaba horas encerrado en el baño, con una acción ritualizada que implicaba limpiarse el ano infinidad de veces después de defecar. Observar una y otra vez el papel usado. Una vez que lo depositaba en un canasto cerrado, miraba sus heces, que estaban puras de otro objeto. No juntaba un objeto y otro, y se quedaba contemplando durante cierto tiempo las heces en el inodoro. Si todo el procedimiento había sido correcto, lo sancionaba con tres degluciones de saliva sin interrupción. Si algo de este ritual fallaba, tenía que volver a empezar todo. Lo mismo sucedía cuando se bañaba. Debía realizar varios movimientos, siempre los mismos y en un orden preestablecido, antes de pasarse el jabón por el ano, que era el momento más importante del ritual. Un ceremonial, fíjense que hablamos en términos casi religiosos, que concluía con las tres degluciones de saliva. Debido a estos ritos permanecía en el baño hasta nueve horas.
Como ven, el cuerpo está más que incluido en el síntoma obsesivo. Siempre se habla de las formaciones reactivas, y hay que entender que cuando surgen estas cosas con respecto al orden también tienen que ver con ‘la orden’, es decir, con tener que obedecer a mandatos disparatados, sin sentido, incluso para el mismo sujeto. Nos encontramos con sujetos muy inteligentes que se dan cuenta que tienen que realizar determinada acción en situaciones complicadísimas, situaciones que intentan que no sean sociales. Pero en estos mandatos disparatados, en estas órdenes insensatas, incluso para el mismo sujeto, hay una lógica.
Hoy nos ocupamos de la solución del obsesivo. Me encantó el afiche que hizo Ernesto Anzalone, le escribí para felicitarlo porque me pareció que era justa la cuestión de los objetos que miden, que cuentan, que cuentan significantes. Hay una lógica, una lógica implacable en las fórmulas. El pensamiento obsesivo compromete el cuerpo en esos actos que no tienen ni pies ni cabeza. Nunca mejor dicha la expresión sin pies ni cabeza, porque, verdaderamente, en la lógica que tienen los actos obsesivos van a encontrar que hay una fórmula. Una fórmula completamente lógica: si A, entonces B. Si hago tal cosa, entonces sucede esto, si no hago tal cosa, entonces sucede esto. Por ejemplo: si no doy tres vueltas, mi padre morirá.
Voy a seguir con el caso que les empecé a relatar, intercalando ciertas consideraciones teóricas para captarlo mejor. Me parece muy interesante y curioso ver el doble valor que tiene la cuestión del acto en los sujetos obsesivos. Por un lado, tenemos lo que se suele llamar la postergación indefinida. Un acto que siempre se va postergando y eso suele ser, a veces, muy largo, y le produce complicaciones enormes. O al revés, la salida compulsiva. Es la salida compulsiva del pensamiento vía el acto. De golpe se sienten disparados a producir un acto de aquel que fue postergado durante mucho tiempo. Esta actuación, así impulsiva, es cierta solución. Es una solución a la que podemos llamar la indeterminación del sujeto. La indeterminación del sujeto que tiene una fórmula muy clara, dicha por Lacan, que sería el sujeto barrado, y que, muchas veces, ante lo intolerable de sostener su posición dividida, escindida, produce actos.
Lacan define el pasaje al acto como la salida abrupta de la indeterminación del sujeto, de la indeterminación subjetiva. La mejor manera de pensar el pasaje al acto, por ejemplo, es la defenestración: es el sujeto que, transformado en objeto, sale de su indeterminación. Es curioso porque hay una gran cantidad de pasajes al acto de los obsesivos, a veces mucho más grandes que en las histerias. Nos conviene tratar de pensar, para ir viendo cómo modulamos esta cuestión de la solución del obsesivo, cuales son las formas que toma el síntoma obsesivo. Freud los ubica como un trío: del lado de los impulsos, del lado de los actos y del lado de las ideas.
Los impulsos son impulsos extraños al pensamiento normal, habitual del sujeto. Algo que tiene una forma verdaderamente rara, sin sentido incluso para el sujeto. Actos cuya ejecución no les proporciona placer, pero a los que no se puede sustraer porque, si se sustrae, adviene la angustia. Por último, ideas, que son ideas fijas, en el medio de una actividad se les cruza una idea fija y les arruina el día. Este trío sintomático tiene características particulares, en algo coinciden los tres: tienen un hilo en común: son los fenómenos de coacción. Lo que Freud llama zwang, por eso llama a la neurosis obsesiva zwangsneurose. Los fenómenos de coacción son aquellos que es imposible evitar. Sabemos bien que las ideas obsesivas son las ideas que no tienen sentido, suelen ser absurdas y se presentan bajo la forma de la imposición. Pero, estas ideas raras, siempre son el inicio de una actividad intelectual verdaderamente intensa que agota al sujeto, ahí es donde uno capta esta cuestión del goce que hay en el pensamiento. Y los sujetos se ven obligados a cavilar, a seguir con un pensamiento alrededor de estas ideas como si fueran los pensamientos, los asuntos personales más importantes, más fundamentales, sin poder abstraerse de ellos.
Los impulsos obsesivos suelen tener un carácter infantil y desatinado, se trata de que si algo no se produce, algo horrible sucederá, a sí mismo o a sus seres queridos. Este tema tiene que ver con el problema de la ambivalencia, puesto que el sujeto mismo se siente incitado a cometer terribles crímenes, delitos de los que huye horrorizado. Es decir que esos mismos pensamientos que se le imponen, esos pensamientos que tienen que ver con impulsos, por ejemplo, tendrá el impulso de arrojarse por el balcón y lo que surge a partir de ese impulso, que evidentemente tiene toda la forma, todo el perfume de la pulsión, produce una defensa. Tiene que defenderse de esos impulsos. ¿De qué manera? Con prohibiciones, con renunciamientos y, fundamentalmente, con inhibiciones. O sea que van a encontrar, justamente, que, donde hay inhibición, donde hay inhibiciones muy marcadas, hay impulsos muy marcados también.
Los actos obsesivos son inocentes, son insignificantes, y consisten, dice Freud, en repeticiones o floreos ceremoniosos de las actividades más corrientes de la vida cotidiana. Y quizás las más necesarias, como comer, acostarse, bañarse, vestirse, salir de paseo. Whitechapel, el detective de la serie, en un momento en que está en una de las situaciones más complicadas, tiene que salir de su oficina y no puede parar de apagar y prender la luz. No puede salir porque tiene que prender y apagar, prender y apagar, y está desesperado porque tiene una urgencia terrible, hasta que finalmente termina agarrando un objeto para romper la luz, para poder salir de su encierro del acto obsesivo. Es decir, todas esas acciones, como prender y apagar la luz, verificar que la puerta esté cerrada, cerrar la puerta con llave una y otra vez, terminan siendo cosas de todos los días.
En el historial del hombre de las ratas, que es un historial precioso, en las últimas versiones están también las notas manuscritas de las primeras siete sesiones, cuando Freud analiza al hombre de las ratas, compara la absurdidad de las representaciones obsesivas con la absurdidad de las representaciones del sueño. Entonces, lo que dice es que detrás de estas acciones, pensamientos, impulsos, hay un sentido. Lo que hay que captar es cuál es el sentido que está oculto detrás de esas acciones, igual que en el sueño, es decir que se pueden descifrar. Creo que hay que prestarle mucha atención a esto, aun cuando nos ubiquemos en la ultimísima enseñanza de Lacan, tenemos que tener en cuenta que el síntoma obsesivo es descifrable y es preciso descifrar los síntomas para poder captar los significantes esenciales, los significantes amos a partir de los cuales se producen los fantasmas. Lo que señala Freud es que detrás del sin sentido del síntoma o del sueño, lo que hay es la posibilidad de un sentido y, por supuesto, de una lógica.
Como decía, a pesar de que hay un saber inconsciente que el sujeto puede tener de esos pensamientos, su fuerza lo doblega aunque intente rebelarse, aunque intente indignarse, dice Freud. Aunque se proponga desobedecer los mandatos surgidos, se siente impulsado a obedecerlos. Y terminan siendo energías consideradas energías omnipotentes. Por eso Freud dice: he ahí el inconsciente. Lo interesante de ubicar es que el primer reconocimiento que tiene que hacer un sujeto obsesivo es que tiene un inconsciente, o de que el inconsciente lo tiene a él.
Voy a seguir con el ejemplo clínico. Tras la irrupción del pensamiento obsesivo, sobreviene un tiempo en el que le está permitido que nada suceda. Un tiempo de tranquilidad, un tiempo de cierta paz. Ninguna acción que impida la suspensión de los pensamientos. Hay cierta conexión que uno puede hacer con Schreber que tiene determinados momentos de tranquilidad, que es cuando justamente algo de la pulsión se reduce, y puede tener una cierta calma, siempre y cuando Dios no se aleje demasiado. Como plantea Lacan en el Seminario 3[5], hay sujetos que son un poco rebeldes, que piensan que el Otro los está acosando un poco y no son necesariamente paranoicos. Hay que captar que es una cuestión de grados, de acuerdo al modo en el que el sujeto ubica su creencia o su certeza. Me parece que son elementos que nos van permitiendo ir haciendo clasificaciones diagnósticas necesarias para saber con qué sujeto nos encontramos, con qué sujeto estamos hablando, para saber, por lo menos, qué es lo que no hay que decir o qué es lo que no hay que hacer. Porque después hay muy pocas indicaciones que tenemos sobre qué hacer o qué hay que decir.
Lo que sucede en los casos de obsesión es que hay cierta insistencia un poco mayor por parte del analista para ubicar la división de la causa.
En general, Freud ubica el trauma en la infancia, que es cuando aparecen los momentos de goce en dónde el sujeto lo siente, pero no puede dar cuenta de eso. Ustedes han leído el caso de Juanito, saben que es el momento en que no sabe qué hacer con su erección que le aparece como un goce fuera de su cuerpo, extraño. Siempre que pensamos en esa irrupción de goce, nunca está a tiempo. Nunca es la cantidad justa: siempre es mucho o es poco, o es muy temprano o es tarde, pero se nota esa falta de proporción. En el caso del colega, ahí comenzaron los rituales. Empezó el mutismo después de haber sentido el impulso de tocar a la prima púber, pero siendo adulto. Esa fue la única experiencia sexual que había tenido, después de un encuentro no muy bueno, no muy logrado, con una prostituta, ocho años atrás, donde se había instalado una masturbación compulsiva.
Este muchacho había sido un excelente deportista, antes de que se desencadenara la obsesión de esta manera. Había sido un buen jugador de básquet y, justamente, a partir de que empezaron todos estos ceremoniales, rituales, mutismos, encierros, abandonó sus estudios de ingeniería. Las inhibiciones fueron cediendo en cuatro años de análisis: recuperó una buena parte de su espacio social, trabajó y estudió nuevamente, pero quedó un resto sintomático complicado, que era que cualquier acercamiento a una mujer era rápidamente sofocado por la emergencia de la angustia. Al mismo tiempo, se quejaba de estar cansado de pensar tanto. Esto es algo que uno puede captar bien en los casos de obsesión, donde ese cansancio de pensar uno lo puede relacionar con la tensión que se auto inoculan los obsesivos. Algunas histéricas también. Justamente, es curioso señalar, Freud lo dice muy bien, como la situación inicial de la obsesión no es tan distinta de la histeria. Uno siempre va a encontrar en casos de obsesión algún síntoma histérico en la infancia.
Hace poco, un paciente, de muchos años de análisis me contó por primera vez que tuvo una parálisis de una pierna cuando se metió dentro del corralito donde estaba su hermano menor y que, al tratar de salir, no pudo caminar durante veinte y cuatro horas. Hasta que vino el médico, hizo alguna intervención, seguramente simbólica, y logró sacarlo de su parálisis histérica. Un obsesivo verdaderamente obsesivo, pero que pudo localizar bien el momento del síntoma histérico. De todos modos, lo que Freud plantea es que, tanto para la neurosis obsesiva como para la histeria, se trata de la necesaria defensa contra las exigencias libidinales del complejo de Edipo. Y es cuando va a decir, justamente, que en toda neurosis obsesiva hay un estrato inferior de síntomas histéricos formados muy tempranos. Freud no va a tardar en señalar, y esto está muy claramente ubicado tanto en la Conferencia 17[6], que es la del sentido de los síntomas, va a señalar que en la obsesión se produce una defensa que no es la misma de la histeria. Si bien hay algo de eso, porque no es que falte la represión en la obsesión, en la obsesión hay una defensa que es diferente que es la de la regresión.
Es la regresión al estadio anal, al estadio sádico anal. Freud va a decir que en la obsesión se va a discernir mucho mejor el complejo de castración como el motor de la defensa. Y, justamente, es en Inhibición, síntoma y angustia[7] que ubica lo que después ustedes van a encontrar en el Seminario 5[8], cuando Lacan habla del deseo del obsesivo, y se refiere a la cuestión del superyó. En la obsesión se ve mucho más claramente la cuestión del superyó, que sabemos según Freud, el superyó aparece como el heredero del complejo de Edipo, como la instancia parental prohibidora, pero que en la obsesión se revela como mucho más severo y desamorado. El yo, plantea Freud, se ubica en una obediencia tal al superyó que, por un lado, crea formaciones reactivas, de limpieza y de orden, que se nota mucho en los chicos a partir de los ocho, nueve, años, donde empiezan a mostrar esos signos que uno dice de obsesión pero que, en realidad, son formaciones reactivas frente a los impulsos libidinales incestuosos. Y Freud plantea por qué el superyó aparece de un modo tan despiadado en la obsesión: porque el superyó lo que hace es prohibir el onanismo infantil. El onanismo infantil que se apuntala en representaciones regresivas, por eso ubica la cuestión de la regresión como el mecanismo defensivo más importante en la obsesión.
Freud va a decir, muy taxativamente, que lo que se nota en los obsesivos, en los obsesivos hombres, que para conservar la masculinidad, por la angustia de castración, se coarta todo quehacer de ella, para conservar el quehacer de la masculinidad. ¿De qué manera? Se lucha contra los impulsos onanistas, contra los impulsos masturbatorios y va produciendo, ya en los niños, ciertas formaciones obsesivas que, en verdad, van produciendo esa satisfacción sustitutiva, que es su manera de gozar en lugar de la masturbación directa. Se produce el pasaje de tocarse el pene a la cuestión de los pensamientos, de las acciones obsesivas que, como ven, vienen como defensa ante el impulso masturbatorio. Es la satisfacción sustitutiva. Es como decir: se masturban con el pensamiento.
Hay que recordar que Freud ya había captado, hacía mucho tiempo, el carácter traumático de la sexualidad infantil. Él dice algo muy interesante en Inhibición síntoma y angustia[9] y es que el sujeto histérico reprime, es decir, lo sitúa en el inconsciente, queda olvidado. Por eso es que Freud pudo descubrir el inconsciente a partir del sujeto histérico. En la histeria se nota que hay una fuerza contraria a la fuerza pulsional que impide que aparezca la representación a nivel consciente. En la obsesión no surge de la misma manera la defensa: para poder afrontar las exigencias pulsionales, es el yo el que se va modificando. Él habla de la plasticidad del yo para ir adaptándose a estas formaciones reactivas. Lo va tomando como parte de lo que sería su manera de ser, su carácter, gente muy prolija, muy ordenada, que tiene que poner los zapatos uno al lado del otro antes de acostarse, que esa cosa de los zapatos ordenados señala algo de cómo el yo se fue transformando, se fue modificando, fue siendo más plástico a lo que son los impulsos libidinales onanistas infantiles. Es algo para tener presente, no para interpretarlo de manera directa, nunca interpretamos el goce de manera directa y menos dándole nosotros un sentido.
Lacan va a retomar estas consideraciones de Inhibición síntoma y angustia[10] en el Seminario 5, especialmente en la clase “El obsesivo y su deseo”[11], cuando se refiere a las exigencias del superyó, y se pregunta de qué manera se pueden concebir las exigencias del superyó.[12] Va a decir que el obsesivo siempre está pidiendo permiso, ¿Y eso para qué? El sujeto obsesivo pidiendo permiso intenta restituir la más extrema dependencia con respecto a ese Otro del cual, después, se aísla.
Es interesante pensar esto porque es lo que solemos decir cuando planteamos la gran consistencia que tiene ese Otro sin barrar, se presenta de un modo complicado. Es decir, complicado porque en el mismo punto donde se quiere negar la castración del Otro, lo que sirve es para negar la propia castración: vérselas con la propia angustia de castración. Freud plantea que, con el síntoma obsesivo, se nota cómo el sujeto despoja al trauma de su carga afectiva. Esta es la más clara defensa obsesiva. Queda el recuerdo consciente de lo que podría ser el suceso traumático, pero despojado de su carga de afectividad. Por eso es que Lacan dice que la cadena significante permanece explícita, sin caída del significante como en la histeria, en donde un significante cae y es reprimido. Sin la caída de los significantes, lo que se produce es la cuestión de la absurdidad, por eso se separa en dos tiempos el acto obsesivo: pongo la piedra, saco la piedra, pongo la piedra, saco la piedra.
Volviendo al caso, en el transcurso del tratamiento de este muchacho hay como cierta permanencia del goce autoerótico. Hay una dificultad enorme de vincularse al Otro. A pesar de haber resuelto los rituales, esto que lo dejaba encerrado durante horas, lo que queda como verdadero síntoma analítico es la dificultad para relacionarse al Otro. En este caso, al Otro femenino. Entonces, es un sujeto que aparece, a primera vista, como un sujeto sin partenaire. Un sujeto a quien el goce autoerótico le parece más atractivo que gozar del cuerpo del Otro. Es un caso que ustedes pueden encontrar, está publicado en un libro[13] que publicó la NEL sobre las conferencias que Miller dictó en Colombia y en Venezuela. Miller, al comentarlo, dice que es un caso de patología de la soledad que mejora notablemente con el análisis, pero en el que todos sus intentos de acercarse al Otro son impedidos por la fuerte atracción que tiene, para él, el goce autoerótico.
Es verdad que el desencadenamiento de la neurosis, no de la neurosis infantil, se produce cuando manosea a la prima, es una escena traumática, pero con una característica particular, porque él es el agente de la situación.
En el caso se ve muy bien como se despliega al modo obsesivo, la cuestión desplazada de lo que él capta como el agujero femenino a la cuestión del ano. Se acuerdan que él tanto en el momento después de defecar y sus lavados, más la cuestión de la deglución, que también tiene que ver con hacer algo con el agujero, que tiene que ver con ese lugar por donde pasa el aire, por donde pasa la comida, por donde pasa la saliva, él hacía toda una serie de cuestiones con respecto a introducir el jabón en el ano. Lo que se puede captar es que se sustituye una parte del cuerpo del Otro por una parte del cuerpo propio. Se produce esta cuestión de que, siendo el agente del trauma, en donde sí había habido una cuestión del interés por el cuerpo del Otro, queda remplazado por un agujero en el cuerpo propio. Es decir, el interés por gozar del cuerpo del Otro retorna la cuestión de la masturbación infantil, en este caso, anal.
En la Conferencia 17 que Freud llamó ‘El sentido de los síntomas[14], recuerda que el sentido de los síntomas siempre está relacionado con la vida íntima del sujeto. Por eso es que, para Freud, cuando alguien se encuentra con estas situaciones tan inexplicables, para poder captar de qué se trata, hay que remitirse a una situación pretérita. No lo dice en el sentido de un arqueólogo o de un antropólogo, sino que lo plantea en el sentido de una neurosis infantil, en donde tales ideas o tales actos, tuvieron un objeto y un sentido, que después, pasado un tiempo, cobra un sentido totalmente diferente. Entonces, fíjense que hay algo esencial que plantea Freud, es una gran enseñanza, incluso para aquellos que están en el trabajo, no solamente con neuróticos, también con psicóticos, que es la re- inclusión de la temporalidad subjetiva. Es lo que siempre decimos con respecto a la urgencia. La urgencia, que aparece como ese estado de eternización, donde todo se repite, piensen en el trauma, los traumas de guerra donde todo se repite, todo se repite en los sueños, es necesaria la re inclusión de la temporalidad para que algo a nivel libidinal, a nivel del goce, se modifique.
Algo que creo importante es hablar de los falsos enlaces que se producen en los síntomas obsesivos. Falsos enlaces que estarían por el lado de lo que mencionamos hace un rato, de que si no doy una vuelta, mi padre morirá. Falsos enlaces que son propios del mismo inconsciente y tienen la virtud de unir dos ideas que, en sí mismas, no tienen conexión. El obsesivo niega, rechaza, lo que tiene que ver con el azar. El obsesivo lo que trata de hacer, es lo que creo que Ernesto Anzalone intentó mostrar con su afiche, mostrar el modo en que se transforman y tapan las hiancias, los espacios, el agujero de la causa con significantes. Esto es esencial.
Se trata del rechazo de lo que es el sujeto barrado, el rechazo de la división subjetiva, el rechazo de ‘no sé qué digo cuando digo’. Es decir, eso que muestra una discontinuidad que los obsesivos rechazan. Entonces todo debe ser contabilizado, el goce debe ser contabilizado, para despejar, anular lo que surge como el -1, lo que surge como eso que complica todo. Esta es la típica solución del obsesivo, esto es lo que a mí me llevó a nombrar este seminario como ‘La solución del obsesivo’, después me di cuenta de que también podría haberlo llamado ‘las soluciones del obsesivo’. El obsesivo cuenta y cuenta e inventa significantes para el lugar en donde falta un significante. Inventa fórmulas para explicar lo inexplicable. Trata de reproducir incesantemente una cadena significante para que no aparezca el significante uno, el significante amo en su valor de significante solo.
Acuérdense de lo que venimos diciendo, la relación con el otro goce, de gozar con el cuerpo del Otro; en este caso, con el cuerpo del Otro femenino, pero podría ser masculino también. La cuestión es que no haya división subjetiva, por eso las repeticiones permanentes e insensatas tratan siempre de llenar ese vacío de que hay un significante último que puede dar cuenta de todo. En Lacan, ustedes lo han trabajado en el grafo del deseo, el grafo de la subversión del sujeto, es el significante del Otro barrado, es decir, que no hay ese significante último que pueda dar cuenta, en el mar de los nombres propios. Trata de armar una soldadura significante para obturar o poner entre paréntesis, la división subjetiva. Y eso es lo que hace tan difícil el abordaje de los obsesivos y la intervención particular del analista, que no es la misma que las intervenciones que se hacen en los casos de histeria.
Menciono también la ambivalencia que Freud plantea en la obsesión, la coexistencia de dos opuestos: el amor y el odio. Fundamentalmente, porque es la presencia del odio lo que Freud captó en la presencia de todos los síntomas obsesivos. No se odia sino a quien se ama. Si hay un gran odio es porque antes hubo un gran amor. Lo mismo que la traición, solo se traiciona a quien se ha amado, sino, no hay traición. Evidentemente, en tanto el Otro no es un desierto de goce, el odio es una respuesta del sujeto, puesto que trata, dice Lacan de reducir el deseo a la demanda.
Voy a pasar a un tema con el que voy a ir concluyendo, que es lo que Lacan plantea en el Seminario 5[15]. Cuando vemos un obsesivo en bruto, o en estado de naturaleza, anterior al encuentro con un analista, este pervierte su estado bruto de obsesivo: es un modo de decir que, en el encuentro con el analista, el analista histeriza al obsesivo. Nos va a hablar primero de sus síntomas, de su angustia, de sus prohibiciones. Va a pasar mucho tiempo hasta que diga cuáles son sus fantasmas, esos fantasmas con los que goza, es decir, lo que incluye el objeto pulsional, con lo que el sujeto se las tiene que ver. Es una manera de pensar el fantasma, el fantasma como una defensa frente al trauma. Si algún día seguimos con esta idea, no será hoy, quizá hasta podamos pensar que el trauma también es una defensa.
Vamos a pensar, en principio, que el fantasma es una defensa frente al trauma, frente a la emergencia de lo real, frente a la emergencia de la aparición de los impulsos libidinales, incestuosos, del complejo de Edipo. Lacan dice que, para que aparezcan estas cuestiones fantasmáticas, es preciso la intervención del analista; no va a ser algo espontáneo, no va a ser algo que surja de por sí en el tratamiento, en algún momento hay que producirlo, hay que encontrar ese momento, no es tan fácil saber cuándo es el momento oportuno. Verdaderamente, ustedes saben cómo, en algunos sujetos, el fantasma puede tener una cualidad invasiva, absorbente, que puede engullir partes enteras de la vida psíquica. Lacan dice que no conviene calificar los fantasmas de los obsesivos de sádicos, es solo una etiqueta, porque más bien nos plantea un enigma.
Lacan dice que lo importante es captar el papel económico de esos fantasmas, poder captar el goce que implican. Con la característica de que los fantasmas obsesivos nunca se realizan, o nunca se realizan en forma completa. Lacan plantea que el obsesivo es como Tántalo que, cuanto más se acerca al deseo, más imposible se le hace. Saben que Tántalo es ese personaje que fue torturado por los crímenes cometidos, hizo toda clase de porquerías orales, de servir en banquetes hijos de algunos de los que estaban ahí presentes, entonces los dioses lo castigaron de manera tal que lo ataron de por vida, para que no pudiera acceder nunca al objeto. Por ejemplo, si tenía hambre, tenía un árbol con frutas muy cerca, pero, cuando quería acercarse más, las frutas se alejaban.
Entonces Lacan se pregunta, ¿por qué el obsesivo debe aplastar de esta manera su deseo? ¿De qué se defiende el obsesivo con esta modalidad de goce llena de fantasmas sádicos? Y Lacan dice que Freud les dio una enorme importancia a los fantasmas, porque es lo que permite ubicar la juntura que hay entre el lenguaje y la satisfacción, es decir, la conexión que hay entre el significante y el goce. Tomen el fantasma de ‘Pegan a un niño’, es un fantasma que habla de lo que sería la gloria de la marca, el modo en cómo lalengua traumatiza el cuerpo. Pegan a un niño, el fantasma que analiza Freud, es una frase, por lo tanto, es simbólica; es una escena, por lo tanto concierne a lo imaginario. Pero, al mismo tiempo, es una condición de goce, por eso decimos que tiene que ver con lo real. O sea que hay en el fantasma un nudo entre lo imaginario, lo simbólico y lo real. La cuestión, entonces, que se nos plantea en el transcurso de un análisis con un obsesivo, es cómo construir el fantasma y cómo atravesarlo.
Esa dificultad que tenemos de hacer pasar ese goce tan privado a lo público, que en verdad se produce cuando le pedimos a un sujeto obsesivo que hable en análisis, que asocie. Lacan hace del fantasma un punto particular, un punto exquisito en la cura analítica, justamente por el silencio que rodea a la confesión del fantasma. Ustedes se acuerdan de que Freud alienta al hombre de las ratas a que cuente, a que diga qué es eso que a él lo angustió tanto del capitán cruel, y eso hace que él se levante del diván, tiene una reacción excitada, deambula por el consultorio y, finalmente, pone la cara de horror que Freud advierte como ese momento en donde se nota la cuestión del goce, el lado de satisfacción cuando hace el relato de la tortura de las ratas.
Hay dos salidas diferentes, si prefieren, dos soluciones diferentes. En una de ellas está lo que Lacan llama el trop de mal: trop de mal es algo que es dañino, significa que alguien se da demasiado trabajo, pero esa misma frase significa la cuestión del sufrimiento que hay en juego. ¿Qué es lo que hay que hacer? ¿Qué arreglos hay que hacer? El síntoma es una solución, pero es una solución fallida porque produce mucho displacer. Entonces, la pregunta que nos hacemos nosotros, cuando tratamos de ubicar la modalidad de goce de alguien, es qué hacer para que la solución del síntoma sea menos fallida, que dé un poco más de placer y menos de sufrimiento. Lo digo, quizás, de una manera sencilla, pero creo que es a lo que apunta nuestra intervención.
En el caso de nuestro colega, en donde el sujeto vira hacia el goce autoerótico, propio de su neurosis infantil, para tratar de hacer existir la relación sexual a la manera, un poco burda, del jabón metiéndose en el ano. Es la negación de lo que, para nosotros, es lo real de la clínica psicoanalítica, que es la captación de la no relación sexual. Entonces la angustia, en esa dimensión cruel, porque la angustia puede ser muy cruel en algunos sujetos obsesivos. .
Freud describe las equivalencias simbólicas del erotismo anal en la misma época en que estaba atendiendo al hombre de las ratas. Es una época de gran producción de Freud porque, justamente, lo que más le interesa del hombre de las ratas era poder captar esto que estaba entendiendo de la neurosis obsesiva. Y vio cómo Ernst Lanzer condensó en la identificación a las ratas la cifra de su goce y, al mismo tiempo, de su detención. Por eso podemos decir que para entender que la inhibición es la postergación infinita de la confrontación con la castración, el obsesivo va siempre a resguardar el goce que lo atrapa, que lo sumerge en esa dimensión de la miseria neurótica, del objeto imposible, para no pasar por la pérdida de goce que implica la desdicha de un goce común, del infortunio ordinario, según Freud, que es justamente aquello que nos permite gozar con más placer y con menos sufrimiento.
NOTAS
- Exracto del Seminario ‘La solución del obsesivo’, dictada en Montevideo, agosto de 2016.
- Freud, S. (1925) Inhibición, síntoma y angustia, Buenos Aires, Amorrortu, 2016.
- Lacan, J., (1969-1970) El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2008.
- Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos II, Siglo Veintiuno, 1985.
- Lacan, J. (1958) El Seminario, Libro 3, Las Psicosis, Buenos Aires, Paidós, 2009.
- Freud, S. (1916-1917) ‘Conferencia 17: El sentido de los síntomas’, Obras Completas, Volumen XVI, Buenos Aires, Amorrortu, 1978.
- Ibíd.
- Lacan, J. (1957-1958)El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires, Paidós, 2010.
- Freud, S., Inhibición síntoma y angustia, óp. cit.
- Ibíd.
- Lacan, J. (1957-1958)’ El obsesivo y su deseo’, El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires, Paidós, 2010.
- Ibíd, p. 420.
- Miller, J. A. (1979) Seminarios en Caracas y Bogotá, Paidós, 2015.
- Freud, S. “Conferencia 17: El sentido de los síntomas”, óp. cit.
- Lacan, J. El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, óp. cit.