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Apuntes sobre la neurosis obsesiva y su relación con el deseo

Ximena Rodríguez

El presente texto pretende desarrollar cómo se ubica el deseo en la neurosis obsesiva. Esto constituye un tema crucial para el abordaje clínico de esta estructura y, por consiguiente, como eje en la dirección de la cura.

Primeramente, me interesa hacer un recorrido cronológico sobre la formalización de la neurosis obsesiva como tal, en tanto entidad nosológica, separada del resto y con identidad propia.

Neurosis obsesiva antes de Freud

El psicoanálisis surge en la época de la psiquiatría moderna, logrando retomar temas y haciéndose cargo de problemas que, hasta entonces, no tenían solución. Les da otra respuesta y otro tratamiento, dando Lugar a Una nueva forma de entender la psicopatología, los síntomas y, por sobre todo, a los sujetos. Una lectura que permite avanzar mucho en cuanto a las investigaciones en psicopatología y psicología humana, creando un método y un marco teórico inéditos. Allí donde la psiquiatría y la medicina encontraron un tope, el psicoanálisis abrió una puerta. “Es el psicoanálisis el que puede llegar a realizar, a investigar toda una cantidad de problemas que la psiquiatría comenzó a plantear y con sus propios medios no pudo ni resolver, ni siquiera seguir planteando”.[1]

Dentro de lo novedoso, lo que se destaca es el tratamiento a los síntomas y la categoría que Freud le otorga a estos. Ya no será aquella postura del psiquiatra donde hay una descripción de los síntomas —anamnesis— y la búsqueda de su erradicación. El síntoma, para el psicoanálisis, será algo con sentido, con intención. Freud los interpreta dándoles la dignidad de un acto, del cual el sujeto debe hacerse responsable, donde los móviles son inconscientes. Síntomas y actos sintomáticos sustentados en deseos inconscientes, con significados reprimidos.

En psiquiatría, la neurosis obsesiva había aparecido como entidad nosológica unas décadas antes del surgimiento del psicoanálisis. Se ubicaba en los manuales con nombres como “locuras de duda”, “enfermedad de la duda” y “delirio del tacto”. Citando a Farlet, ya en el año 1886 encontramos: “Estos enfermos viven en un estado de duda perpetuo y no logran detener ese trabajo incesante de su pensamiento que se ensaña constantemente consigo mismo, sin llegar nunca a un resultado definitivo”.[2]

Mientras Freud desarrollaba sus teorías sobre psicoanálisis, la psiquiatría ya había trabajado previamente algunos rasgos de neurosis obsesiva —aunque sin esa denominación, claro está—. Trabajos a partir de los cuales él se sirvió para crear algo novedoso.

El aporte freudiano

¿Cuál es la originalidad de Freud? Agrupar a la obsesión y a la histeria dentro de un mismo grupo nosológico: neurosis. “[…] he descubierto examinando su mecanismo psíquico que las obsesiones se hallan enlazadas a la histeria”.[3]

Anteriormente, la psiquiatría definía a las neurosis como aquellos padecimientos que referían a lo corporal, mientras que las psicosis referían al padecimiento en lo mental. Freud, en cambio, asocia los síntomas del pensamiento y de las ideas con la obsesión. La oposición entre mente y cuerpo es una oposición de la psiquiatría sobre la que Freud no se basa. Una separación que implicaba también diferenciar lo que era psicosis de neurosis. Aquí aparece otra innovación freudiana para la sintomatología de la época. Reúne dentro del mismo grupo a la histeria y la obsesión. Es a partir de allí que luego sí hará distinción entre los síntomas en el cuerpo —conversión— y los síntomas en la mente.

La neurosis obsesiva en Freud

En el comienzo, Freud diferencia a la obsesión de la histeria, pero, a su vez, las empareja en una misma entidad nosográfica: neurosis. Esto se puede ubicar cuando habla, por ejemplo, de otras neurosis, haciendo entender que la histeria no sería la única. Encontramos en sus textos, primeramente, la noción de “representaciones obsesivas”.[4] A partir de allí, Freud comienza a desarrollar sus características, nos dice que las personas que no tienen “la capacidad convertidora”[5], como defensa a una representación inconciliable, el afecto displacentero se une a una representación menos desagradable. A partir de este falso enlace, esas representaciones se vuelven representaciones obsesivas. En esta etapa, Freud no distinguía tajantemente estas representaciones obsesivas de las fobias. Unión que durará poco e irá tomando caminos diferentes en el recorrido de su enseñanza.

Al igual que en la histeria, para Freud, el origen de estas representaciones inconciliables es sexual. Por lo tanto, la tesis central aquí es que la representación displacentera, y su afecto, de origen sexual, se separan, y ese afecto hace falso enlace con otra representación menos desagradable. Representación que estará presente en la conciencia del sujeto, sin poder desprenderse de ella. Difiere, en este punto, de la neurosis histérica, donde el afecto sí tiene efectos en el cuerpo: los síntomas conversivos.

En este primer tiempo, Freud trabaja las neurosis como variantes de la defensa, como tres modos de enfermar, y las denomina y agrupa bajo la categoría de neuropsicosis de defensa. Dice al respecto: “[…] ellas nacían mediante el mecanismo psíquico de la defensa (inconsciente), es decir, a raíz del intento de reprimir una representación inconciliable que había entrado en penosa oposición con el yo del enfermo”.[6]

En “Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa”[7], Freud plantea por primera vez el termino de neurosis obsesiva. Dándole aquí toda la entidad de una neurosis, diferenciándola de la histeria, y abandonando el término representaciones obsesivas, para trabajar y desarrollar su etiología y sus mecanismos particulares.

Como se mencionó anteriormente, Freud ubica al origen de la neurosis como el resultado de la defensa puesta en marcha tras el encuentro con representaciones de origen sexual, vivenciadas como displacenteras. A partir de aquí, nos presenta una diferencia con la neurosis histérica: esas representaciones sexuales, vivencias sexuales en la infancia, no son recordadas como vivencias pasivas, sino como “[…] agresiones ejecutadas con placer y de una participación, que se sintió placentera, en actos sexuales; vale decir, se trata de una actividad sexual”.”[8]

Agrega: “[…] las representaciones obsesivas son siempre reproches mudados, que retornan de la represión (desalojo) y están referidos siempre a una acción de la infancia, una acción sexual realizada con placer”.[9]

Si bien en una primera instancia Freud hace una diferenciación en la etiología de la histeria y la obsesión, ubicando la posición del sujeto como activa o pasiva frente al encuentro con lo sexual, luego vuelve a emparejar el origen de ambas neurosis planteando una etiología traumática en dos tiempos. Primero, una experiencia sexual pero que no tiene todavía un significado sexual. Luego, en un segundo tiempo, dicho acontecimiento es resignificado debido a la maduración sexual. En la obsesión, esta vivencia sexual es experimentada en un rol activo y con placer. “¿Cómo entender esto de pasivo y activo? Entendámoslo de esta manera: seducido o seductor. Es decir, el sujeto ha sido objeto de seducción del otro”.[10]

Por lo tanto, en la etiología de la neurosis obsesiva encontramos un primer tiempo: vivencias de agresión sexual, que caen bajo efectos de la represión, para luego aparecer como acciones-reproche. En un segundo tiempo, falla la defensa y las representaciones/reproches reprimidos aparecen como formaciones de compromiso.

Aquí se introduce una forma nueva de ver los síntomas desde una concepción del tiempo diferente, no cronológica. Una noción de los tiempos del trauma donde el sentido vendrá del futuro para resignificar aquella primera vivencia. Desde un punto de vista estructural y necesario, la neurosis implica el encuentro primario, desde una posición pasiva, con el deseo —seducción— de un otro. “De este modo, aunque la etiología específica de la neurosis obsesiva se caracteriza por los rasgos de la actividad y el placer —debido a experiencias sexuales infantiles en que el sujeto es el seductor—, debemos suponer necesariamente un momento anterior, en que el sujeto es seducido, su función es pasiva y la experiencia, traumática.[11]

Avanzando en sus teorizaciones, Freud ubica tres formas de neurosis obsesiva. Las distingue según si es la representación o el afecto lo que se torna conciente para el sujeto. La primera es cuando la representación es la que llega a la conciencia, el afecto queda diluido en una sensación inespecífica displacentera. Freud precisa:

[…] el contenido de la representación obsesiva está doblemente desfigurado respecto del que tuvo la acción obsesiva en la infancia: en primer lugar, porque algo actual reemplaza a lo pasado, y, en segundo lugar, porque lo sexual está sustituido por un análogo no sexual.[12]

Una segunda forma sería cuando el afecto reproche no logra ser reprimido y emerge en la vida conciente del sujeto de forma desfigurada. Freud plantea que ese afecto se muda a otro igualmente displacentero, pero ya no es vivido como afecto reproche por aquellas acciones agresivas sexuales acontecidas en la infancia, sino como vergüenza, angustia hipocondriaca, social o religiosa, incluso como “delirio de ser notado”. Sentimientos que tienen que ver con la representación mnémica original, miedo a que los otros se enteren de sus acciones infantiles sexuales, lo juzguen y sentencien por ello. Fantasía de poder exponer aquello con alguna acción o comportamiento en el presente, tener que ocultarse, ser cuidadoso en qué mostrar; controlarse para no recaer en la conducta —Freud lo menciona como angustia de tentación—.

Finalmente, encontramos un tercer tipo que se desarrolla cuando en los casos anteriores la tarea de la defensa del yo tiene éxito y logra reprimir los síntomas del retorno de lo reprimido. Lo que se vuelve compulsivo serían las propias medidas protectoras, lo que Freud llama “acciones obsesivas”. Estas no son primarias, sino que nos conducen, en el análisis, al propio recuerdo reprimido que intentan mantener alejado de la conciencia. Entre estas compulsiones Freud ubica las cavilaciones, compulsión a pensar, analizar, manía de la duda.

El deseo en la neurosis obsesiva en Freud

Para hablar del deseo en la obsesión, es importante retomar la idea de los reproches, a los que Freud relacionará con la “conciencia de culpabilidad”.[13] Aparecerá por primera vez el termino moción/pulsión sexual, para mencionarnos que la base de la neurosis obsesiva es justamente la represión de la pulsión sexual “[…] que estaba contenida en la constitución de la persona, tuvo permitido exteriorizarse durante algún tiempo en su vida infantil y luego cayó bajo sofocación”.[14] Mazzuca dice al respecto: “Estas pulsiones están reprimidas, pero el hecho de estar reprimidas no quiere decir que dejen de tener sus efectos”.[15] Esos efectos serán percibidos como tentación —término freudiano— enlazada a sentimientos de angustia. El sujeto hará lo posible por mantener la represión mediante las inhibiciones, las prohibiciones, la conciencia de culpabilidad y la necesidad de castigo. También puede aparecer la idea de que, si se cumple la satisfacción pulsional, si se cede ante la tentación, algo terrible podría pasar. Recordemos que “[…] en el inconsciente no se distingue el deseo realizado del deseo no realizado, basta desearlo. Por lo tanto, el sujeto se hace apto para la culpa aun cuando esa pulsión permanezca reprimida”.[16]

Encontramos por primera vez la noción de deseo reprimido y las implicancias para la neurosis obsesiva que esta represión conllevaría. En “Actos obsesivos y prácticas religiosas”, Freud nos dice que “[…] lo figurado por las acciones obsesivas o el ceremonial deriva del vivenciar más íntimo, a menudo del vivenciar sexual de la persona afectada”.[17] Los mecanismos de represión en la obsesión no estrían dados de una vez y para siempre, sino que el sujeto debe estar trabajando constantemente para asegurar que lo reprimido se mantenga reprimido. Para ello, se sirve de los ceremoniales, las inhibiciones, la noción de culpa y castigo, y las prohibiciones. El obsesivo quiere mantener a raya la tentación de satisfacer sus pulsiones y su deseo. Por lo tanto, surge la angustia de sucumbir ante ella y acercarse a algo de lo reprimido, a algo del orden de su deseo.

Entonces, ¿qué son los ceremoniales, las inhibiciones, las prohibiciones?

Son actos transaccionales donde al mismo tiempo que se expresa el impedimento se expresa de manera deformada la satisfacción… estos mismos actos que en un primero momento tenían un sentido preventivo pasan a tomar fundamentalmente el significado de la realización pulsional que intentaban evitar.[18]

Freud las llama formaciones de compromiso, en tanto devuelven algo del placer que están destinadas a prevenir. Introduciendo la enseñanza de Lacan, en este punto podemos pensar que algo del goce del sujeto se pone en juego en esta satisfacción pulsional.

Como paradigma de la neurosis obsesiva encontramos la prohibición, la cual busca mantener alejado al sujeto de situaciones que despierten la tentación. Cuando hablamos de tentación, podemos entenderla —a esta altura de la enseñanza de Freud— como un efecto del deseo reprimido. Tentación y angustia, ambas son señales de que hay deseo reprimido; el obsesivo pasa sus días intentando mantener distancia de ello. Lacan tomará estas conceptualizaciones para desarrollar su teoría del deseo imposible en la obsesión. Lo vemos claro ya en Freud, el neurótico obsesivo se las arregla para mantenerse alejado de situaciones donde su deseo esté en juego. Mantener el encuentro con su deseo como algo imposible.

El deseo en la neurosis obsesiva en Lacan

Para Lacan, el deseo es aquella parte de la necesidad que no ha sido articulada con la demanda. El deseo tiene que ver con algo del orden de lo real, estructurado por el orden significante, a través del significante fálico. Lacan plantea que es “lo que se produce en la hiancia que la palabra abre en la demanda, y por lo tanto está más allá de toda demanda concreta”.[19] El deseo siempre será escurridizo, encontrándose en la metonimia del discurso, no siendo posible ser nombrado. Lejos del quiero tal cosa, el deseo siempre será deseo de algo más.

La neurosis obsesiva se marca estructuralmente desde la imposibilidad del deseo. Es decir, imposible de nombrar, de saber sobre él. Lacan a esto lo llamará deseo evanescente. La estructura del deseo, entonces, la observamos como una báscula, insatisfecho-imposible. Insatisfecho, ya que es la estructura misma del deseo e imposible por la condición en esta neurosis. Particularmente en la obsesión, se presenta la oscilación del deseo en tanto el sujeto lo ejecuta en dos tiempos; primero, la afirmación de una acción; segundo, su cancelación. El deseo se realiza por medio de actos, por lo tanto, el obsesivo postergará y procrastinará continuamente los actos que lo acerquen a concretar algo de su deseo. Una oscilación que terminará por matar a aquel: “observamos la mecánica del sujeto obsesivo con el deseo – a medida que intenta, por las vías que se le proponen, acercarse al objeto, su deseo se amortigua, hasta llegar a extinguirse, a desaparecer”.[20]

En la enseñanza de Lacan, el deseo es el deseo del Otro. Por lo tanto, el deseo siempre se juega en relación a otro, quien también está habitado por un deseo desconocido y ajeno. Partiendo de este lugar importante que Lacan destina al otro, será donde se ubique no solo el encuentro con el significante, sino también el encuentro con el deseo: “El Otro en cuanto lugar de la palabra, en tanto que es a él a quien se dirige la demanda, será también el lugar donde se ha de descubrir el deseo”.[21]

Para mantener distancia del deseo, el obsesivo buscará un amo por el cual ser demandado y al cual satisfacer sus demandas. En esta operación, transformará la categoría de deseo en demanda, con la intención de que el deseo desaparezca y que el Otro deje de desear cuando esa demanda sea satisfecha. Como así también, en la medida que se ocupa de satisfacer demandas, su propio deseo queda opacado y postergado. Mónica Torres plantea que “el obsesivo establece una relación de agresión especular a nivel del deseo. Su contradicción es imponerlo para que sobreviva y se sostenga, pero, para eso, el deseo del Otro debe ser maniatado”.[22] Es decir, ser reducido al estatuto de demanda. Es a partir de su vinculación con el otro y el amo que el obsesivo armará su condición de imposibilidad.

El sujeto obsesivo “vive esperando la muerte del amo para empezar a vivir. Esta relación con el amo es la coartada del obsesivo para no jugarse con sus deseos”.[23] Retomando las fases freudianas del desarrollo libidinal, en la fase anal observamos la relación del sujeto con la demanda del Otro. En el caso del obsesivo, la importancia del juego dar o no dar y el retener; situación de control sobre la demanda del otro: “aquí la retención juega un rol fundamental y abre el camino a un después, lo más tarde posible’. En esa postergación —si fuera posible, al infinito— se ubica su satisfacción”.[24]

“El obsesivo resuelve la cuestión de la evanescencia de su deseo produciendo un deseo prohibido. Se lo hace sostener al Otro, precisamente mediante la prohibición del Otro.”[25] Pero, para sostener el deseo, este debe aparecer, por eso evanescente, Lacan dice que se balancea en un columpio. A la vez que se presenta, desaparece por temor a las represalias, su propia agresividad ante el deseo. Este punto lo podemos señalar desde Freud con la noción de los reproches, el sentimiento de culpabilidad y la necesidad de castigo. Allí ubicamos la agresividad que señala Lacan del obsesivo con su propio deseo. Sobre todo, en el temor de castigo si sus deseos son descubiertos, el delirio de ser notado —del cual hablaba Freud— y la fantasía de que algo malo sucederá si sus deseos no son sofocados por sus rituales y prohibiciones.

El sujeto obsesivo destruye el deseo del Otro. Avanza hacia el Otro con su deseo, para destruirlo. Pero ante el riesgo de que desaparezca por completo, retrocede para conservar al Otro. Para conservar al Otro, el obsesivo reduce el deseo a la demanda. Por lo tanto, el deseo del Otro se convertirá en demanda del Otro, o el suyo propio como demandado por el Otro.

Vive enjaulado queriendo salvar, preservar su deseo, para que no se contamine del Otro. Es tal su posición de ‘o el deseo o el Otro’ que a veces, cuando deja entrar al Otro a su fortaleza, es al precio de que éste renuncie a su deseo.[26]

El deseo del obsesivo se regula a partir del fantasma, el cual funciona de velo para cubrir el deseo del Otro y así mediar su encuentro.

Hay dos modos, esencialmente, en que el obsesivo usa su fantasma. Uno es el que resulta de sustituir el objeto a del deseo por la demanda que lo prohíbe… son sustituidos por significantes, ideales o no. Otro es el que resulta de acentuar la tachadura del sujeto ante la cercanía del a que, prohibido o no, sigue existiendo.[27]

Freud se sirve de las formaciones de compromiso y las medidas protectoras para explicar cómo el obsesivo lidia con su deseo, mientras que con Lacan lo vemos a partir del concepto de fantasma. En Freud, el sujeto obsesivo utiliza ceremoniales, inhibiciones y prohibiciones para mantener a raya sus pulsiones y distancia de su deseo. Aquí Lacan nos dice que el fantasma recubre al objeto a y el sujeto sustituye ese a por una demanda que lo prohíbe.

Otro punto importante que Freud ubicó —y los psiquiatras que lo antecedieron también— es la puesta de los síntomas y el sufrimiento del neurótico obsesivo a nivel de pensamiento. En la enseñanza lacaniana, se plantea que el sujeto obsesivo logra apoyar su deseo en el significante falo, ubicándolo en el goce del pensamiento. “Es en el despliegue de sentido, en la retórica de sus argumentos, que él se satisface”.[28] Esto lo ubicamos en Freud, en su descripción de los tipos de neurosis, donde las medidas protectoras que utiliza el sujeto ante lo reprimido se manifiestan en compulsiones como pensar, analizar y cavilar.

Este último punto aparecerá como una de las características paradigmáticas que nos encontraremos y que nos pondrá a trabajar con los obsesivos en análisis, siendo uno de los obstáculos principales a la hora de ubicar la división subjetiva. Ya que la teorización, el razonamiento y los rodeos se destacarán dentro del discurso del obsesivo en las entrevistas y sesiones.

A modo de cierre, comparto unas líneas de Macbeth:

Si estuviera consumado ya el acto, bien hecho fuera; o si encerrase en sí misma la hazaña sus consecuencias, con un éxito infalible o con la ruina cierta; de modo que el duro golpe omnipotente pudiera todo el mal o todo el bien llevar en sí de la empresa. Entonces yo saltaría de este promontorio y vega de los tiempos, sin espanto, a las regiones inciertas y costas de lo futuro.[29]


NOTAS

  1. Mazzuca R., Lombardi G. y De Lajonquiere C. Curso de Psicopatología V, Neurosis Obsesiva, Buenos Aires, Tekné, 1987, p. 14
  2. Ibíd., p. 21.
  3. Freud, S. (1896) “La herencia y la etiología de las neurosis”, Obras Completas Volumen III, Buenos Aires, Amorrortu, 1991, p. 146.
  4. Freud, S. (1894) “Las neuropsicosis de defensa”, Obras Completas Volumen III, Buenos Aires, Amorrortu, 1991, p. 55.
  5. Ibíd., p. 67.
  6. Freud, S. (1896)Nuevas puntualizaciones sobre la neuropsicosis de defensa”, Obras Completas Volumen III, Buenos Aires, Amorrortu, 1991, p. 163.
  7. Ibíd. P. 157.
  8. Ibíd., p. 169.
  9. Ibíd., p. 170.
  10. Mazzuca R., Lombardi G. y De Lajonquiere C., Curso de Psicopatología V, Neurosis Obsesiva, óp. cit., p. 55.
  11. Ibíd.
  12. Freud, S., (1893-1899) “Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa”, óp. cit., p. 185.
  13. Freud, S. (1925-1926) “Acciones obsesivas y prácticas religiosas”, Obras Completas Volumen IX, Buenos Aires, Amorrortu, 1992, p. 97.
  14. Ibíd, p. 107.
  15. Mazzuca R., Lombardi G. y De Lajonquiere C., Curso de Psicopatología V, Neurosis Obsesiva, óp. cit., p. 78.
  16. Ibíd.
  17. Freud, S. (1925-1926) “Acciones obsesivas y prácticas religiosas”, óp. cit., p. 103
  18. Mazzuca R., Lombardi G. y De Lajonquiere C., Curso de Psicopatología V, Neurosis Obsesiva, óp. cit., p. 80
  19. Lacan, J. (1957-1958) “El deseo del Otro”, El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires, Paidós, 2020, p. 424.
  20. Lacan, J. (1957-1958) “El obsesivo y su deseo.” El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente. Buenos Aires, Paidós, 2020, p. 420.
  21. Lacan, J. (1957-1958) “El deseo del Otro”, óp. cit., p. 422.
  22. Torres, M. “La fuga del deseo”, Clínica de las neurosis, óp. cit., p. 143.
  23. Mazzuca R., Lombardi G. y De Lajonquiere C., Curso de Psicopatología V, Neurosis Obsesiva, óp. cit., p. 114.
  24. Torres, M. “La pregunta por la existencia”, óp. cit., p. 119.
  25. Lacan, J. (1957-1958) “El obsesivo y su deseo”, óp. cit., p. 215.
  26. Torres, M. “La pregunta por la existencia”, óp. cit., p. 121.
  27. Ibíd., p. 139
  28. Ibíd., p. 131.
  29. Gregor, K. y Pujante, A. Macbeth en España. Las versiones neoclásicas, Murcia, Editum, 2011, p. 253.

At vero eos et accusamus et iusto odio digni goikussimos ducimus qui to bonfo blanditiis praese. Ntium voluum deleniti atque.

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