Mónica Pérez
“Más allá de toda demanda, de todo lo que desea este sujeto, se trata de ver a que va dirigido en su conjunto el comportamiento del obsesivo. Su objetivo esencial, no hay duda, es el mantenimiento del Otro”.[1]
Si hay algo que tenemos que estar advertidos en la práctica clínica, y que fue compartida por Freud y Lacan, es que la neurosis obsesiva se puede presentar de diversas maneras, estableciéndose así una variedad clínica de la estructura obsesiva. Esto quiere decir que hay muchos obsesivos que no se parecen en nada a otros.
Freud desarrolla un abordaje de la neurosis obsesiva desde una perspectiva diacrónica, desde la neurosis infantil, transitando por una etapa de aparente normalidad, hasta que se produce el desencadenamiento y desarrollo de la neurosis en el periodo de la adultez. Durante estas etapas, se desarrollan varios tipos de síntomas, a través de los cuales se constituyen diferentes variantes, destacando las diversas formas clínicas de la neurosis obsesiva.
Freud, en su texto “Las neuropsicosis de defensa”, propone ciertas hipótesis en relación a la formación de los síntomas. Establece que el esfuerzo que el yo se plantea para olvidar cierta representación intolerable es una labor inútil, donde ni la huella mnémica, ni su afecto, pueden desparecer una vez que han surgido.[2] Lo que puede suceder es un intento por debilitar tal representación, haciendo que se separe de su afecto, pero se genera la pregunta respecto de qué hacer con ese afecto o estímulo. Así, la magnitud de dicho estímulo separado tendrá que encontrar otro encauce.
Hasta este punto, Freud encuentra que, tanto para la histeria como para las obsesiones, es el mismo mecanismo de la formación del síntoma. La diferencia viene después, ya que, en la histeria, las representaciones intolerables se trasladan al cuerpo convirtiéndose en excitaciones somáticas, más conocidas como síntomas de conversión. En cambio, en la neurosis obsesiva, este afecto permanece a nivel psíquico, y es mediante un falso enlace que se asocia a otras representaciones, transformándose en obsesivas. Así es como Freud da cuenta del mecanismo de histeria y obsesión, que cambia en su fase final, siendo el destino de la excitación la conversión, en la histeria, y el falso enlace, en el caso de la obsesión.
Lacan, en su retorno a Freud, le da importancia también a destacar las variedades clínicas de la neurosis obsesiva. En este sentido, se puede establecer el reconocimiento de posiciones obsesivas mínimas que no necesariamente integran los síntomas de una neurosis desencadenada. Esta mirada se aparta, sobre todo, de los manuales de psiquiatría, como las versiones de DMS, donde se desarrolla un método de carácter descriptivo de trastornos, operando por diagnóstico de semejanzas.
La pregunta por el deseo
Al obsesivo se le plantea un problema en torno al deseo ya que se le presenta una disyuntiva entre el deseo y el Otro. Tiene que elegir. Ahí es donde surge una paradoja de difícil resolución: si la elección es entre el deseo y el Otro, el resultado es que se queda sin ambas. Porque el deseo está en relación con el Otro. De ahí el deseo imposible como característica del obsesivo.
Lacan compara la relación del obsesivo con el Otro tal como se expresa en la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel. El obsesivo espera la muerte del amo, al igual que el esclavo, porque cuando esto se produzca, todo empezará. Tiene la ilusión de que cuando el amo muera, podrá vivir de otra manera, “tal es la razón intersubjetiva tanto de la duda como de la procrastinación que son rasgos de carácter en el obsesivo”.[3] Este tiempo de espera no tiene tanto que ver con que el Otro muera, sino con no comprometerse con su deseo y postergar toda actuación.
Pone en el otro el obstáculo de su conducta y así se deshace de su responsabilidad. El obsesivo evita el acto para no lograr el cumplimiento de su deseo. No solo cree que su imposibilidad proviene del Otro, sino que también cree que él, por sí solo, no puede. De esta manera, logra nuevamente postergar su deseo o el encuentro con el deseo del Otro.
Lacan, en el Seminario 5, establece que el sujeto obsesivo, a medida que intenta acercarse al objeto, su deseo se atenúa hasta desaparecer.[4] A propósito de ello, Freud plantea que “quienes ya tienen a obsesivos entre manos pueden saber que un rasgo esencial de su condición es que su propio deseo disminuye, parpadea, vacila y se desvanece a medida que él se acerca”.[5] El obsesivo, para evitar el deseo del Otro, intenta reducirlo a la demanda, anulando así su propio deseo.
Lacan sostiene que el obsesivo siempre está pidiendo permiso. Esto significa ponerse en relación de dependencia con el Otro, lo cual nos habla de la relación del sujeto con respecto a la demanda. Soluciona lo evanescente de su deseo produciendo un deseo prohibido, pero no significa que este se extinga. Por lo tanto, la prohibición tiene la función de sostener ese deseo. La forma en que el obsesivo proyecta su deseo resulta compleja, derivando en un “temor de venganza que inhibiría todas sus manifestaciones”.[6]
El obsesivo, para evitar el deseo, no solamente intenta quedarse en la demanda, sino que puede llegar a la tentativa de matar ese deseo para que el Otro deje de desear. Esto se puede apreciar en el partenaire del obsesivo, donde se produce tal desgaste que termina ocurriendo la pérdida del propio deseo.
Mónica Torres plantea que la obsesión es una enfermedad de la intrasubjetividad, mientras que la histeria es una enfermedad de la intersubjetividad. Esta última busca su deseo en el Otro, atribuyéndole su propio deseo, permanentemente está hablando acerca del Otro, en el análisis siempre comienza hablando del Otro, de lo que lo atormenta, etc. En cambio, el obsesivo se encuentra más encerrado en sus pensamientos, más sórdido en el origen de su deseo, construye una fortaleza a su alrededor para protegerse, a tal punto que lo puede llevar a su aislamiento.[7]
El hombre de las ratas constituye el caso más conocido de neurosis obsesiva planteado por Freud. En el mismo se plantea cómo el objeto amado es inaccesible. El hombre de las ratas se inventa todo el tiempo modos de mantenerse alejado de la dama de sus pensamientos. Esto representa la condición del amor obsesivo: que sea inaccesible para poder amarlo, presentándose como imposible.
La relación con el Otro
Retomando a Torres, ella plantea que el comportamiento obsesivo, en lo que respecta a los vínculos, constituye un modo particular de conducta que se pone en juego en relación a su semejante, al otro imaginario y con el Otro. El otro representa su rival y el Otro es el lugar donde él se mira. Siguiendo a Lacan, expresa que el obsesivo está desdoblado; se encuentra en la escena y, a la vez, mirando desde afuera. Se encuentra observándose a sí mismo, pero hay que diferenciar desde dónde el sujeto se mira y dónde el sujeto se ve. Se ve desde el yo ideal, o sea, desde su otro imaginario, rival. En cambio, el lugar desde donde el sujeto se mira pertenece al ideal del yo. El problema es que desconoce ese punto desde el cual se mira. En el transcurso del análisis resultará fundamental saber desde dónde se mira el sujeto, ya que es algo que él mismo desconoce.[8] Por eso Lacan expresa que el obsesivo está en la arena, en el escenario y en el palco, desdoblado, se identifica a su rival que juega la partida y, a la vez, se observa jugándola.
Lacan propone, en “La dirección de la cura”[9], cuando estamos ante un caso de neurosis obsesiva, producir un desmontaje, un corte en toda esa escenificación a partir de la implementación de sesiones cortas, de modo de ir en contra de la fijeza del fantasma obsesivo. De esta forma, se puede introducir algo de la sorpresa, de la contingencia, que intente desacomodar la rigidez del pensamiento obsesivo.
Henos aquí pues al pie del muro, al pie del muro del lenguaje. Estamos allí donde nos corresponde, es decir, del mismo lado que el del paciente, y es por encima de ese muro, que es el mismo para él y para nosotros, como vamos a intentar responder al eco de su palabra.[10]
NOTAS
- Lacan, J. (1957-1958) El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, Buenos Aires, Paidós, 1999, p. 427.
- Freud, S. (1894) “Las neuropsicosis de defensa”, Obras completas Tomo I, Madrid, Biblioteca Nueva, 1981, p. 171.
- Lacan, J. (1953-1956) “Función y campo de la palabra en psicoanálisis”, Escritos I, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2002, p. 302.
- Lacan, J. (1957-1958) El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, óp. cit.
- Freud, S. (1909) “Análisis de un caso de neurosis obsesiva”, Obras completas Tomo II, , Madrid, Biblioteca Nueva, 1981, p. 476.
- Lacan, J. (1957-1958) El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente, óp. cit., p. 423.
- Torres, M. Clínica de la neurosis, Buenos Aires, Grama, 2014.
- Ibíd.
- Lacan, J. (1958)“La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos II, Siglo Veintiuno, 1985.
- Lacan, J. (1953-1956) “Función y campo de la palabra en psicoanálisis”, óp. cit., p. 303.