Santiago Ferreira
Introducción: de la clínica discontinuista a la continuista
El recorrido de la enseñanza de Lacan nos confronta con un proceso de investigación que, a nivel teórico, avanza desde la lectura como retorno a Freud, el invento del objeto a, la formalización de la lógica del fantasma, hacia un último período en el que se retorna al síntoma desde la perspectiva del sinthome. Al adentrarnos en el transcurso de los seminarios y de la clínica psicoanalítica lacaniana, debemos tener en cuenta que las últimas proposiciones no anulan anteriores desarrollos teóricos. Por el contrario, incorporamos primera, segunda y tercera enseñanzas en nuestra perspectiva clínica.
En primer lugar, y a grandes rasgos, con la introducción en la primera enseñanza de Lacan de los aportes de la lingüística desde el estructuralismo, a nivel epistémico, se puede ubicar la primacía de lo simbólico y la escucha del analista, sostenidas en un paradigma clínico significante. La cadena significante, así como el binomio palabra vacía y palabra plena, nos otorgan una dirección a la lectura del discurso de quien consulta —que podrá convertirse en analizante o no, según la forma en que se produzca ese comienzo de la partida en las entrevistas preliminares—. Se trata de una dirección que apunta hacia el sujeto del inconsciente, entendiendo al inconsciente estructurado como un lenguaje.
En segundo lugar, a partir del Seminario 7[1], Lacan introduce el concepto de goce y sus relaciones con el más allá del principio de placer y la pulsión de muerte freudianos. Se comienza a interesar por hacer énfasis en aquello que se resiste a ser significantizado en la operación de estructuración subjetiva. Es ese resto que cae fuera de la operación significante el que permite que, a nivel epistémico de nuestra escucha clínica, podamos ubicar como paradigma clínico al objeto a.
Lacan se dedica a lo real al punto de culminar proponiendo que los tres registros —real, simbólico e imaginario— tienen una importancia equivalente, mientras que en la primera postura primaba lo simbólico por sobre los otros dos. Este viraje se orienta en el interés por aquello que no anda y que fracasa una y otra vez. Esta indagación apunta, también, hacia aquellos restos sintomáticos con los que el parlêtre habrá de vérselas al final de un análisis. Tanto la dimensión significante, como la dimensión del goce, operan en nuestra lectura/escucha del discurso de los analizantes. Ambas funcionan como operadores clínicos que permiten la dirección de las curas que llevamos adelante.
En este mismo sentido, ubicamos en primer lugar una clínica discontinuista y en segundo lugar, una clínica continuista. La primera de ellas, en función del estructuralismo y la división clara entre neurosis, psicosis y perversión de las estructuras subjetivas. La segunda clínica, fundamentalmente, a partir de los nudos borromeos y la lectura de Joyce, en donde tanto la pluralización de los Nombres del Padre como los arreglos singulares y la invenciones del parlêtre, borran las delimitaciones de las estructuras, provocando un continuum que decanta en la afirmación “todo el mundo es loco, es decir delirante”.[2] La generalización del delirio elimina, en forma cruda, lo estanco de ubicar con fijeza la locura del lado de la psicosis.
El esclarecimiento de las concepciones epistémicas que subyacen a la postura clínica produce transformaciones en nuestra práctica. Por lo tanto, a la luz de lo antes postulado, podemos afirmar que a partir de la última enseñanza, y la clínica continuista, se observa con mayor claridad que hay locura en la neurosis —histérica, obsesiva y fóbica— y hay soluciones y suplencias que anudan los tres registros.
El cuerpo en la neurosis obsesiva
Comúnmente, asociamos a la histeria y a los síntomas conversivos con la dimensión corporal. Por otra parte, hacemos lo mismo con la neurosis obsesiva y el pensamiento. El pensamiento compulsivo, la postergación y la duda conforman la clásica fenomenología de las estructuras obsesivas. El sufrimiento en el pensamiento del obsesivo se hace presente en el discurso del analizante y ha sido un gran eje en el esclarecimiento psicoanalítico de sus síntomas. No obstante, es fundamental considerar que los sujetos obsesivos tienen un cuerpo y que es sobre esa apoyatura sobre la cual piensa.[3]
Dado que no va de suyo —de buenas a primeras— esa conjunción entre el obsesivo y el cuerpo, se hace necesario hacer hincapié en ella. Resulta interesante poner el foco en las particularidades con las que esta dimensión se hace presente en la locura obsesiva y, sin ir más lejos, es a partir de la última enseñanza de Lacan que podemos tomar elementos que nos orienten en su elucidación.
Fuentes[4] plantea que en la neurosis obsesiva se produce un desplazamiento de libido desde el cuerpo hacia la dimensión del pensamiento. Es allí donde reside la omnipotencia y omnividencia, características del sujeto obsesivo. Todo lo quiere controlar, todo lo quiere poder ver, lo cual vela su castración. Por su parte, Torres[5] señala que en el obsesivo se produce un desdoblamiento de la mirada: desde donde mira y desde donde se mira. A su vez, siguiendo a Mazzuca, existe en el obsesivo “un desdoblamiento entre la imagen de su yo y la mirada (con) que (se) lo observa”[6], y esta puede “representarse en el nudo con un cuarto redondel que redobla lo imaginario y caracterizaría de este modo el sinthome obsesivo”.[7]
Como ejemplo de ello, vela lo real del cuerpo que emerge en enfermedades orgánicas, haciendo a un lado la presentificación de la castración. Podemos situar a las contracturas, los malestares estomacales, enfermedades en la piel, entre otras, como parte de los fenómenos que se producen en las presentaciones clínicas de las locuras obsesivas.
Usualmente, basta un tiempo prolongado para que hable de ello en análisis, aun cuando muchas veces busca el sentido de sus afecciones en su psiquismo. Siguiendo a Fuentes, “el obsesivo manifiesta su desconexión del cuerpo negando los signos que en su cuerpo advierten de que hay castración, de que los límites existen”.[8] Es así como el obsesivo, entre significación y significación, explora en su pensamiento —llevándolo a análisis— el sentido de sus síntomas. Sin embargo, en ese pensamiento se goza, y también el pensamiento se constituye como causa de goce.[9] Siguiendo a Lacan, Miller precisa que en tanto que el cuerpo goza, el pensamiento yerra.[10] Es decir, el pensamiento y sus derivas yerran y dan cuenta de la debilidad mental en la que todos los parlêtres estamos inmersos.
La concepción del cuerpo de la última enseñanza de Lacan gira en torno a que este se constituye en una entidad aislada para el parlêtre, se convierte en algo extraño para él. El parlêtre no depende de un cuerpo —por lo cual no se trata de un ser aristotélico—, recibe su ser de la palabra, “el parlêtre tiene un cuerpo, pero no lo es”.[11]
Miller plantea que “el cuerpo aparece como el Otro del significante, en tanto que marcado, en tanto que el significante hace en él acontecimiento; este acontecimiento de cuerpo que es el goce, aparece como la verdadera causa de la realidad psíquica”.[12] Por lo tanto, en el encuentro primero entre el cuerpo y el significante, se produce un acontecimiento de cuerpo que es causa de goce y de la realidad psíquica del parlêtre. Un encuentro que tiene efectos y consecuencias que mortifican y vivifican el cuerpo.
Desde esta perspectiva en la que decimos que se tiene un cuerpo, también podemos decir que el obsesivo que se desconecta de él, se desconecta del goce también. El goce del obsesivo girará en torno a lo prohibido y al pensamiento. Como plantea Torres, el goce que está prohibido se puede “experimentar a condición de no verlo”.[13]
Intervenciones analíticas
¿De qué aportes de la última enseñanza nos podemos servir en nuestras intervenciones analíticas con sujetos obsesivos? Laurent plantea que en la última enseñanza nos encontramos con un pasaje de la interpretación que da sentido a una interpretación asemántica que apunta específicamente a la opacidad del goce.[14] Esta forma de concebir la interpretación implica el corte y tiene como objetivo hacer frente al goce, a la vez que busca una no-reactivación.
Asimismo, siguiendo a Miller y a Lacan, Laurent señala que, en este último paradigma de la interpretación, la dimensión en juego es la de lo que ya estaba escrito, apuntando a reconducir la palabra al texto original.[15] Texto original que, a lo largo de la vida del sujeto, fue mal leído, y que en la experiencia del análisis se reconducirá a la lectura de lo escrito originariamente a partir del encuentro de lalengua y el cuerpo, en el acontecimiento de cuerpo.
La interpretación como jaculación, que no se pega al sentido y no apunta a desplegar la secuencia de la cadena significante (S2-S2-…), hace lo suyo en tanto da un nuevo uso al significante a partir de la voz como vociferación. La dimensión de la vociferación va más allá del significante y el significado, rompe con la conexión entre el enunciado y la enunciación y va en dirección al goce. El impacto del decir, de la vociferación de la jaculación, tiene una acción sobre el síntoma.
Laurent señala que “el significante nuevo se inscribe sobre una superficie en la que ningún fulgor de sentido viene a inscribirse”.[16] Constatación que no encadena sentidos, ni despliega otras significaciones, ni genera desplazamientos metonímicos del significante. A la luz de las transformaciones epistémicas y clínicas de la última enseñanza, podemos inferir que la función de corte y constatación, el impacto del decir de la interpretación jaculatoria, van a contrapelo de la lógica obsesiva, aun cuando esta sea absurda, e interrumpen la carga y el fulgor de sentido que produce la interpretación semántica.
Es necesario un tiempo en el análisis para desplegar el discurso del analizante en la asociación libre, a la vez que se produce una histerización de este. Sin embargo, avanzado el mismo, se tratará de un esfuerzo de síntesis y reducción que apuntará a contravenir el fulgor del sentido. Cabe mencionar también que en el transcurso del análisis también será importante cernir y señalar puntos de goce que irán circunscribiendo la modalidad de goce.
Para concluir, el cuerpo mortificado del obsesivo —cuerpo que se tiene y en el que se goza en lo prohibido—, asiento pulsional de su pensamiento, toma una crucial importancia en la experiencia del análisis y es en esa dirección a la que es posible apuntar con la interpretación jaculatoria.
NOTAS
- Lacan, J. (1959-1960) El Seminario, Libro 7, La ética del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1998.
- Lacan, J. (1978) ¡Lacan por Vincennes! [en línea], https://elpsicoanalisis.elp.org.es/numero-41/lacan-por-vincennes1/ [Consulta: 23 de agosto de 2023].
- Fuentes, A. “El cuerpo en la histeria y en la obsesión”, El misterio del cuerpo hablante, Barcelona, Gedisa, 2016.
- Ibíd.
- Torres, M. “La pregunta por la existencia”, Clínica de la neurosis, Buenos Aires, Grama ediciones, 2014.
- Mazzuca, R. “La neurosis obsesiva”, Jacques Lacan: el psicoanálisis y su aporte a la cultura contemporánea, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2017, p. 406.
- Ibíd.
- Fuentes, A. “El cuerpo en la histeria y en la obsesión”, óp. cit, p. 32
- Fuentes, A. “El cuerpo en la histeria y en la obsesión”, óp. cit.
- Miller, J. A. “El traumatismo de lalengua”, Piezas Sueltas, Buenos Aires, Paidós, 2013.
- Miller, J. A. “La perspectiva borromea”, Piezas Sueltas, Buenos Aires, Paidós, 2013, p. 65
- Miller, J. A. (2012) “Tener un cuerpo” [en línea] https://jornadaseol.ar/31J/OT/OT_Miller_TenerUnCuerpo.pdf [Consultado: 23 de Agosto de 2023].
- Torres, M. “Goces y tormentos en la obsesión”, Enlaces: Psicoanálisis y cultura, N° 22, 2016, pp.11-18.
- Laurent, E. “El relámpago y el síntoma”, Revista Lacaniana de Psicoanálisis, XV, N° 28, 2020, pp. 54-71.
- Ibíd.
- Ibíd., p. 71.