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Montevideo, Uruguay

Neurosis obsesiva bajo transferencia y el resorte del amor

Andrea Mattiazzo.

“Pero cuál es el engaño más auténtico, si no aquél que cierra, y sin dejarse derivar por lo que le traza un amor que yo llamaría espantoso”.[1]

Podríamos pensar que la casuística de la neurosis obsesiva, en general, se trata de sujetos capturados en un padecimiento profundo, angustiados, desesperados, como se diría vulgarmente, con la soga al cuello. Algunas veces se hacen preguntas acerca de lo que les sucede, otras buscan una respuesta o solución en el analista. Trabajan un tiempo, hacen algún retoque, y continúan su camino. Otras veces se dejan tomar por el discurso del Otro del inconsciente y se logra llevar adelante la tarea analítica. Entre una situación y otra, ¿cuál es la diferencia?, ¿dónde se encuentra la clave para poder proseguir con la tarea analítica?

La hipótesis que se propone aquí apunta a la transferencia. La tarea analítica, en las entrevistas iniciales, supone poder establecer, en primer lugar, si hay sujeto o no, si se logra producir división subjetiva. Miller sitúa este momento como avaluación clínica, localización subjetiva e introducción en el inconsciente, guiados por las preguntas de si estamos ante un sujeto de pleno derecho, cuál, y qué relación refiere entre enunciado y enunciación.[2]

Se trata de un primer tiempo donde hacer consistir algo del sujeto supuesto al saber y hacer semblante por parte del analista, recibir la demanda y creer un poco en las mentiras. “Tenemos que permitir al sujeto algunos engaños y no ir a buscar, inmediatamente, al sujeto en su fondo”.[3] Esto permite la instalación de la transferencia, allí donde encontramos, según Lacan, “el secreto del análisis”. [4] En este sentido, tomaremos un caso paradigmático de Freud en lo referente a neurosis obsesiva, para analizar la estrategia de la transferencia utilizada por Freud.

El hombre de las ratas

Vamos a situar algunas intervenciones de Freud que marcan su posición en la transferencia en distintos momentos del análisis:

Impresiona como una mente clara, perspicaz. Al preguntarle yo qué lo movió a situar en el primer plano las noticias sobre su vida sexual, responde que es aquello que él sabe sobre mis doctrinas. No ha leído nada de mis escritos, salvo que hojeando un libro mío halló el esclarecimiento de unos raros enlaces de palabras; y tanto le hicieron acordar estos a sus propios «trabajos de pensamiento» con sus ideas que se resolvió a confiarse a mí.[5]

El hombre de las ratas recurre a Freud ya en transferencia con su obra, sus doctrinas”, con esto tiene que ver la elección del tema por el cual comenzar a hablar. Ubicando a Freud en posición de saber, sin embargo, el mismo Freud sostiene que no tiene que ver con el contenido de sus textos, ya que el hombre de las no ha estudiado, al parecer, su obra, pero reparemos en los “raros enlaces de palabras”. Para este sujeto, bastó asociar algo de la escritura de Freud con sus propios pensamientos.

El enigma del deseo del Otro se instala para el hombre de las ratas y va con la respuesta a hablarle de eso, eso de su vida sexual que no anda, eso que lo lleva a hablar, a pedirle análisis. Freud se le representa como alguien que sabe de aquello que a él se le hace enigmático.

Semblante de objeta a, ¿el resorte del amor?

Yo no le pongo en entredicho la gravedad de su caso ni la significación de sus construcciones, pero le digo que su edad es muy favorable, y es favorable también lo intacto de su personalidad; con esto le doy un Juicio aprobatorio sobre él, cosa que le produce visible contento.[6]

Freud hace semblante de objeto para el hombre de las ratas, lo acepta como analizante, consiente a sus mentiras y, sobre todo, hace semblante de saber en un primer tiempo lógico.

Erastés y erómenos:

Aquí se interrumpe, se pone de pie y me ruega dispensarlo de la pintura de los detalles. Le aseguro que yo mismo no tengo inclinación alguna por la crueldad, por cierto, que no me gusta martirizarlo, pero que naturalmente no puedo regalarle nada sobre lo cual yo no posea poder de disposición. Lo mismo podía pedirme que le regalara dos cometas.[7]

Podríamos preguntarnos por qué Freud incita a seguir hablando, aun en conocimiento del suplicio. ¿Qué implicaría consentir a la negación del sujeto a hablar de eso? Freud desarticula la dinámica entre erastés y erómenos, propia de la transferencia imaginara de su paciente, impide la realización de la metáfora del amor, realizando una sustitución por medio del artificio, simulacro del regalo.

Siguiendo a Lacan en sus planteos del Seminario 8, podemos pensar que el no consentir a la negativa del sujeto a hablar implica el sostener la asimetría propia de la transferencia, e impedir la sustitución de erómenos por erastés, diciendo algo así como sea lo que sea que me pidiera, no puedo dárselo, pues no lo tengo. Es allí donde Freud sostiene el vacío, kénosis, no accediendo a la demanda de amor que realiza el fantasma que aniquila al sujeto. “Ser amado es entrar necesariamente en la escala de lo deseable”.[8]

Freud, tal como observamos anteriormente en la cita, reconoce y señala el lugar de la transferencia, desmarcándose del “capitán cruel”, y agrega otro detalle sutil, que no le gusta martirizarlo. El analista consiente a la barradura de este modo, se coloca en serie con los crueles, a la vez que se desmarca de allí. En este sentido, podemos señalar la posición del analista y el deseo del analista operando. Se trata del analista en tanto a, como objeto causa, función lógica en el discurso del analista. Como lo articula Dicker; “[…] Lacan hace del objeto a una función lógica, posible de incluirse en los discursos. Más aún, ubicado en el Discurso del Analista como agente y soporte del mismo”.[9] A fin de cuentas, de eso se trata, de hacer funcionar la maquinaria del lenguaje y proseguir el análisis.

Freud introduce un artificio, regalo. Este significante marca en qué terreno libidinal se mueve la transferencia, dónde se sitúa el objeto a en cuestión. Instala la dinámica entre erastés y erómenos, haciendo aparecer el primero donde antes estaba el segundo, opera la sustitución, situando la palabra como valor de regalo entre analizante y analista —regalo que, de regalo, como situaremos luego, no tiene nada—. Pero no es el analista quien debe darle regalos al analizante; por su parte, para el analizante, regalar estas palabras implica ceder algo del objeto, no es cualquier cosa.

Es desde el propio lugar de objeto, agente y soporte que se logra esta operación. Freud se vale de ese lugar, utiliza el artificio del regalo y eso toca el cuerpo. El suplicio emerge en la palabra anudando el registro de lo real con el registro de lo simbólico. ¿Podríamos sostener que dicho anudamiento produce una reducción de goce?, de aquel goce que Freud señala en el rostro del sujeto. Según Lacan, de lo que se trata es de hacer emerger una verdad, una verdad que “sólo puede ser dicha, porque lo que la constituye es la palabra, y porque sería necesario de algún modo decir la palabra misma, que es, hablando estrictamente, lo que no puede ser dicho en tanto que palabra”.[10]

Respecto del artificio del regalo, el hombre de las ratas da una significación muy particular al dinero, aspecto que a Freud no se le escapa en relación a la transferencia:

En sus delirios obsesivos {Ziuangsdelirien), él se había instituido una formal moneda de ratas; por ejemplo, cuando, preguntado por él, yo le comuniqué el precio de la hora de tratamiento, eso dijo {es heisst} en él algo de lo cual me enteré seis meses más tarde: «Tantos florines, tantas ratas».[11]

El pago a Freud, el dinero en el análisis, también entra dentro de las equivalencias de los delirios obsesivos, equivalencias que ubican a este paciente en la deuda eterna y el suplicio subjetivo interminable. Por lo tanto, el pago ocupa también el lugar de reducción de goce, es pagable, se traduce en florines. Vemos como nada hay de regalo; esto nos orienta, en la transferencia con sujetos obsesivos, a prestar especial atención a cuál es la relación al dinero.

Resulta oportuno traer una viñeta de un caso propio; un sujeto obsesivo señala en entrevistas preliminares, acerca de su situación actual de padecimiento, lo vergonzoso de pedir consulta con una analista “y pagar para hablar de eso”. Eso es su reciente separación, donde termina sin ninguno de sus bienes materiales y muchas deudas, martirizándose por estar “sin nada”. El asunto del pago se traslada a “pagar por amor”. Luego de un tiempo de análisis, y cierto alivio sintomático, surge el chiste tras un corte de sesión “ahora hay que pagar”, ante lo cual asiento replicando las palabras. Algo de la significación martirizante en relación a su síntoma se alivia, para que al final de su recorrido pueda reírse un poco de “eso”, habiendo dejado de pagar en exceso y por todo.

El resorte del amor

Al hablar de resorte, se toma la idea de fuerza elástica, en su sentido de empuje, y, a la vez, de constricción. Impulsa y sostiene, permaneciendo igual a sí mismo durante dichas operaciones. Uno podría pensar que si el resorte se rompe, o se deforma, se deba a la impericia de quien lo ha utilizado. Es un medio para un fin; el resorte del amor en la transferencia analítica es eso, esa fuerza elástica de la cual valerse para hacer progresar un análisis, situándose el analista en la fuerza misma.

Yendo un poco más allá, si pensamos el resorte como figura topológica, el objeto a podría ubicarse en el centro mismo, por dentro a la vez que por fuera del resorte, pero en el eje desde donde se ejerce la fuerza, similar a la banda de Möbius. Espacio vacío, interno y externo; dicho resorte es desde donde la transferencia da lugar a la interpretación.

En Hablo a las paredes, Lacan señala: “No existe interpretación analítica que no esté dirigida a atribuir a cualquier proposición que encontramos su relación con el goce […] en esta relación con el goce la palabra es la que garantiza la dimensión de verdad”. [12] Sin embargo, en este sentido la palabra no puede más que “mediodecir esta relación”. [13] Esa carencia de la palabra obliga a la interpretación a una operación lógica r.e.s.o.n —resonancia y razón— a través de lalengua, remitiendo a la significación vacía. El significante ya vaciado de sentido resonará hasta tocar el cuerpo, es decir, en lo real del goce. Lacan juega con la expresión hablo a los muros por la homofonía entre muro y amor, para así remitir al hablar al vacío, que no resuena más que porque existe borde, muro. Imagino la onda expansiva del sonido —voz, en solo eso se convierte el analista—, nota o solamente silencio golpeando el tímpano en un estremecimiento certero.

Esta evocación estremecedora, que resultaría en la operación lógica de la interpretación, refiere a la ligazón entre lo semántico y lo pulsional, el anudamiento de imaginario, simbólico y real. La resonancia hará pasar el sentido por los agujeros corporales-pulsionales, es decir, el agujero de lo real, el agujero del no hay relación sexual.

El “regalo” de las palabras solicitado por Freud resuena en el campo libidinal del sujeto produciendo anudamiento, algo del goce en juego cede, el resorte del amor permite la operación lógica.


NOTAS

  1. Lacan, J. (1961) “Entre Sócrates y Alcibíades”, El Seminario, Libro 8, La transferencia, Buenos Aires, Paidós, 2019, p. 191.
  2. Miller, J. A. (1997) Introducción al método psicoanalítico, Buenos Aires, Paidós, 2015.
  3. Ibíd., p. 41.
  4. Lacan, J. (1975) “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos 2, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2018, p. 562.
  5. Freud, S. (1909) “A propósito de un caso de neurosis obsesiva”, Obras Completas Volumen X, Buenos Aires, Amorrortu, 1992, p. 127.
  6. Ibíd., p. 141.
  7. Ibíd., p. 133.
  8. Lacan, J. (1961) “Entre Sócrates y Alcibíades”, óp. cit., p. 190.
  9. Dicker, S. “El deseo del analista” [en línea], Revista Virtualia, 2011, https://www.revistavirtualia.com/articulos/339/lecturas/el-deseo-del-analista [Consulta: 21 de agosto de 2023].
  10. Lacan, J. (1950) Intervenciones y textos 1, Buenos Aires, Manantial, 1985, p. 38.
  11. Freud, S. (1909) “A propósito de un caso de neurosis obsesiva”, óp. cit., p. 167.
  12. Lacan, J. (1972) Hablo a las paredes, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 71-72.
  13. Ibíd., p. 72.

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